Hace unas semanas leíamos en www.lagacetadesalamanca.es la
siguiente noticia:
“Más Barça, menos política, y los temas políticos al parlamento no al
deporte”, declaró recientemente el presidente de peñas de Castilla y León del
Barcelona, el salmantino Nicolás Pérez Prieto.
¿Le sorprende a alguien que el FC
Barcelona se meta en política? No hay más que buscar en su página web oficial
para leer un párrafo muy esclarecedor al respecto:
Bajo la divisa 'més que un club' se quiere expresar el compromiso de que el FC Barcelona ha mantenido y mantiene con la sociedad más allá de su estricta actividad deportiva. Durante muchos años, este compromiso se refería específicamente a la sociedad catalana, que ha vivido durante muchas décadas del siglo XX bajo dictaduras que perseguían su lengua y su cultura. Ante estas circunstancias, el Barça estuvo siempre con los sentimientos catalanistas, de defensa de la lengua y la cultura propia, y de la democracia. Por ello, aunque el catalán no era lengua oficial, en 1921 el club ya redactó sus estatutos en la lengua propia de Catalunya. También en aquella época, en 1918, el club se adhirió a la petición de un estatuto de autonomía para Catalunya, que reivindicaban todos los sectores del movimiento catalanista.
https://www.fcbarcelona.es/club/historia/mes-que-un-club
https://www.fcbarcelona.es/club/historia/mes-que-un-club
Que los gobiernos empleen el
deporte con fines políticos no es algo nuevo de hoy, en especial desde el
momento en que las élites políticas se dieron cuenta de la importancia y el
impacto del deporte en la sociedad. A ello hay que unir la apatía política
ciudadana, los ingentes recursos económicos destinados al deporte y la cuestión
de los rasgos identitarios.
El propósito de las primeras
competiciones deportivas era alcanzar la máxima excelencia posible en una
disciplina concreta, de tal modo que pudiera establecerse una jerarquía entre
los atletas participantes de acuerdo con sus resultados. Originalmente el
deporte se caracterizaba por ser una actividad no contaminada por la política.
De hecho, el barón de Coubertain afirmaba que el deporte debía ser neutral
respecto de las ideologías políticas y permanecer aislado de cualquier presión
política por parte del Estado. Sin embargo, además de competir contra sus
rivales, los deportistas representan al Estado al que pertenecen y, como tales,
todas las virtudes y valores de su nación. Al ser considerados como algo
parecido a militares que luchan en el campo de batalla (el campo de fútbol o la
pista de atletismo), los deportistas acaban en ocasiones adoptando rasgos
promovidos por el discurso nacionalista. Como resultado, el deporte y el
nacionalismo (dos fenómenos muy emotivos y pasionales) se encuentran tan
implicados que la representación nacional a través de deportistas juega un
papel de vital importancia como válvula de escape de las actitudes y
sentimientos nacionalistas más extremos.
Tomemos como ejemplo los Juegos
Olímpicos de Berlín de 1936, empleados por Adolf Hiter como un instrumento para
comprobar en la práctica las teorías de la superioridad racial aria. Su fracaso
fue rotundo gracias, en buena medida, a las cuatro medallas de oro obtenidas
por el atleta negro norteamericano Jesse Owens, que tiró por tierra las
dementes teorías xenófobas del Nazismo.
Otro régimen que hizo un uso
similar del deporte al de la Alemania nazi de Hitler fue el de la República
Democrática de Alemania, cuyos dirigentes vieron el deporte como un
instrumento de propaganda, tan válida para sus fines como la propia Carrera
Espacial). Muchos otros estados del Bloque del Este hicieron lo mismo
que la RDA durante la Guerra Fría, una época en la que los poderes de derechas
y de izquierdas pugnaban por lograr la supremacía política, económica y
militar.
Por desgracia, no hay nada nuevo
bajo el sol. Los políticos siempre han querido extender su manto de influencia
sobre cualquier ámbito de la vida, y el deporte no podía ser menos. A mí me
gusta el fútbol. Soy aficionada del Barça y me repugna que desde Cataluña se
nos desprecie a todos los culés que no somos catalanes, tanto como que algunos de nuestros compatriotas nos recriminen que seamos aficionados de un club tan extremadamente
politizado como es el FC Barcelona. Una entidad que, despreciando a millones de aficionados que
no deseamos unir deporte y política, abraza sin rubor la bandera del independentismo. Una causa con la que no podemos estar de acuerdo nosotros ni esa buena gente de Castilla-León, pues estamos hartos de la politización del deporte, si bien es cierto que no podemos hacer mucho al respecto. Y es que, tal como hemos visto
en este breve repaso histórico, el Nacionalismo, en sus diferentes expresiones,
siempre ha querido apropiarse del deporte, consciente de su creciente
repercusión en la sociedad.
Helena García
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