domingo, 22 de octubre de 2017

Deporte y Nacionalismo


Hace unas semanas leíamos en www.lagacetadesalamanca.es la siguiente noticia:

“Más Barça, menos política, y los temas políticos al parlamento no al deporte”, declaró recientemente el presidente de peñas de Castilla y León del Barcelona, el salmantino Nicolás Pérez Prieto.

¿Le sorprende a alguien que el FC Barcelona se meta en política? No hay más que buscar en su página web oficial para leer un párrafo muy esclarecedor al respecto:
  
Bajo la divisa 'més que un club' se quiere expresar el compromiso de que el FC Barcelona ha mantenido y mantiene con la sociedad más allá de su estricta actividad deportiva. Durante muchos años, este compromiso se refería específicamente a la sociedad catalana, que ha vivido durante muchas décadas del siglo XX bajo dictaduras que perseguían su lengua y su cultura. Ante estas circunstancias, el Barça estuvo siempre con los sentimientos catalanistas, de defensa de la lengua y la cultura propia, y de la democracia. Por ello, aunque el catalán no era lengua oficial, en 1921 el club ya redactó sus estatutos en la lengua propia de Catalunya. También en aquella época, en 1918, el club se adhirió a la petición de un estatuto de autonomía para Catalunya, que reivindicaban todos los sectores del movimiento catalanista.
https://www.fcbarcelona.es/club/historia/mes-que-un-club


Que los gobiernos empleen el deporte con fines políticos no es algo nuevo de hoy, en especial desde el momento en que las élites políticas se dieron cuenta de la importancia y el impacto del deporte en la sociedad. A ello hay que unir la apatía política ciudadana, los ingentes recursos económicos destinados al deporte y la cuestión de los rasgos identitarios.

El propósito de las primeras competiciones deportivas era alcanzar la máxima excelencia posible en una disciplina concreta, de tal modo que pudiera establecerse una jerarquía entre los atletas participantes de acuerdo con sus resultados. Originalmente el deporte se caracterizaba por ser una actividad no contaminada por la política. De hecho, el barón de Coubertain afirmaba que el deporte debía ser neutral respecto de las ideologías políticas y permanecer aislado de cualquier presión política por parte del Estado. Sin embargo, además de competir contra sus rivales, los deportistas representan al Estado al que pertenecen y, como tales, todas las virtudes y valores de su nación. Al ser considerados como algo parecido a militares que luchan en el campo de batalla (el campo de fútbol o la pista de atletismo), los deportistas acaban en ocasiones adoptando rasgos promovidos por el discurso nacionalista. Como resultado, el deporte y el nacionalismo (dos fenómenos muy emotivos y pasionales) se encuentran tan implicados que la representación nacional a través de deportistas juega un papel de vital importancia como válvula de escape de las actitudes y sentimientos nacionalistas más extremos.

Tomemos como ejemplo los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, empleados por Adolf Hiter como un instrumento para comprobar en la práctica las teorías de la superioridad racial aria. Su fracaso fue rotundo gracias, en buena medida, a las cuatro medallas de oro obtenidas por el atleta negro norteamericano Jesse Owens, que tiró por tierra las dementes teorías xenófobas del Nazismo.

Otro régimen que hizo un uso similar del deporte al de la Alemania nazi de Hitler fue el de la República Democrática de Alemania, cuyos dirigentes vieron el deporte como un instrumento de propaganda, tan válida para sus fines como la propia Carrera Espacial). Muchos otros estados del Bloque del Este hicieron lo mismo que la RDA durante la Guerra Fría, una época en la que los poderes de derechas y de izquierdas pugnaban por lograr la supremacía política, económica y militar.

Por desgracia, no hay nada nuevo bajo el sol. Los políticos siempre han querido extender su manto de influencia sobre cualquier ámbito de la vida, y el deporte no podía ser menos. A mí me gusta el fútbol. Soy aficionada del Barça y me repugna que desde Cataluña se nos desprecie a todos los culés que no somos catalanes, tanto como que algunos de nuestros compatriotas nos recriminen que seamos aficionados de un club tan extremadamente politizado como es el FC Barcelona. Una entidad que, despreciando a millones de aficionados que no deseamos unir deporte y política, abraza sin rubor la bandera del independentismo. Una causa con la que no podemos estar de acuerdo nosotros ni esa buena gente de Castilla-León, pues estamos hartos de la politización del deporte, si bien es cierto que no podemos hacer mucho al respecto. Y es que, tal como hemos visto en este breve repaso histórico, el Nacionalismo, en sus diferentes expresiones, siempre ha querido apropiarse del deporte, consciente de su creciente repercusión en la sociedad.

Helena García

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